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jueves, 7 de octubre de 2010

Fantasmas de ruta 2

La dama del puente
A fines de los años ’40, la localidad de Vergara, ubicada entre Treinta y Tres y Cerro Largo, distaba mucho de ser el centro arrocero de exportación en que se convertiría luego; por aquella época, era más un pueblo que una ciudad, con unos cuantos cientos de habitantes. La población se había originado a orillas del Parao, un arroyo – o más bien un río de llanura- agreste y con muchos bañados. Quiso el infortunio que culminando la década del ’40 el Parao fuera testigo de una desgracia que sacudió al pueblo: una mujer, que paseaba sobre el puente ferroviario que cruzaba las aguas, fue atropellada por un tren que hacía su ruta a un horario desacostumbrado.
Al tiempo de este suceso, los pobladores que vivían cerca del puente comenzaron a escucharen forma cíclica los ruidos de la tragedia. Todas las noches, a la distancia, se repetían los ecos amortiguados de los sonidos de aquella noche: el traqueteo del tren, los gritos, el murmullo de la gente y la ambulancia improvisada. Durante años, a través de la repetición sonora del accidente, los habitantes de la zona debieron revivir el impacto de la tragedia que había conmocionado a la tranquila población de Vergara. Aunque en la noche no pudiera percibirse un solo movimiento, la mujer del puente recordaba su propia desgracia a través de la recreación de los sonidos que precedieron y continuaron a su propia muerte.


Las tragedias ocurridas en puentes, muy comunes en el interior del país, dejan de tanto en tanto sus propias historias de fantasmas y regresos. El relato del espectro femenino que recorre el lugar donde perdió la vida se repite en más de una localidad. En el puente de la Barra de Santa Lucía, a altas horas de la madrugada, el ocasional peatón podrá sentir la presencia de otros transeúntes caminando a su lado, una pequeña multitud conformada por quienes fallecieron en los accidentes de la zona.
Estas entidades no se visualizan jamás, excepto por la aparición de una mujer joven con un vestido ligero. Con el rostro desenfocado, ligeramente borroso, la dama de Santa Lucía acompaña a quien cruza el puente de punta a punta y a una prudente distancia. Una vez cumplido el objetivo, la figura se desvanece, como si su tarea fuera oficiar de custodio a quienes cruzan el puente a horas poco seguras, las mismas en que la joven encontró la muerte.

(Gracias Keni y Javier)


Los zapatos cambiados
En una plaza céntrica de Montevideo, hace algunas décadas, ocurrió un accidente que terminó con la vida de un joven de buena posición económica. El hombre regresaba de una fiesta, con unas copas de más, y estrelló el auto al tomar una curva demasiado pronunciada, muriendo en el acto.
El lugar comenzó a llenarse de curiosos rápidamente, por lo que la policía, intentando mantener el control, realizó un vallado de seguridad, salió en busca del forense y dejó a un agente a cargo del cuerpo. El policía, que era de origen humilde, vio las ropas carísimas del finado y no tuvo mejor idea que realizar un cambiazo de zapatos. Le quitó al joven muerto sus finísimos mocasines y los sustituyó por su calzado, consistente en un par de gastadísimos y maltratados zapatos viejos. Al regresar, los demás agentes se sorprendieron al ver al conductor del coche con una ropa tan refinada y un calzado tan estrafalario, completamente roto, pese a lo cual decidieron no mencionar el caso. Las operaciones de rutina culminaron, el asunto quedó en la interna y el policía pudo volver al hogar con sus zapatos lustrosos y recién adquiridos.
Ese mismo día, guardó el calzado en el ropero y se fue a dormir, pasando una noche intranquila. A la mañana siguiente, cuando el agente abrió la puerta del placard con el objetivo de ponerse sus zapatos nuevos, vio algo que jamás hubiera imaginado: donde antes estaban los relucientes mocasines del finado se encontraban los zapatos viejos, gastados y rotos que el día anterior había puesto en los pies del joven fallecido. La historia va más allá de este final de tuerca, agregando que el policía sufrió un shock y terminó sus días hospitalizado en un manicomio.
El relato del muerto que regresa por la noche a recuperar lo que le fue robado, que circula en formato ADUA desde hace un tiempo, cambia ligeramente los detalles y las características del accidente pero no olvida mencionar nunca el par de zapatos recuperado desde la tumba.

(Gracias Allison y Martín)

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